domingo, 12 de abril de 2020

Cuando el Señor se disponga a regresar





Cuando el Señor se disponga a regresar se dará cuenta de que ha perdido a su mejor amigo. Encontrará un mundo de espaldas a su creación. Luminosos carteles  de led tapando las montañas, altísimos rascacielos impidiendo ver las aguas bravas de los océanos, densas nubes de smog cubriendo la pureza avioletada de los ocasos.


Cuando el Señor se disponga a regresar ya no habrá variedad de colores en la paleta. Contemplará un rebaño que ha decidido dejar a su Pastor para ir detrás del Poder. Hombres corriendo tras el vil metal, y el aleteo los aviones de guerra entre las nubes.

Cuando el Señor se disponga a regresar el planeta estará al borde del colapso y una nueva invasión alimentará el fantasma de una hambruna generalizada. Los titulares matutinos advertirán la inminente presencia de un virus mortal para la humanidad y continentes enteros arderán en manos de Satanás.


Cuando el Señor se disponga a regresar encontrará cientos y miles de Biblias sepultadas en cajones de habitaciones de hotel. Mirará con estupor los absurdos y estúpidos canones de belleza en fotos de revistas de moda. Escuchará en los noticieros falsas profecías sobre el suicidio del catolicismo y la muerte de los feligreces.



Cuando el Señor se disponga a regresar paseará por los centros urbanos escuchando mentirosos profetas declamando a viva voz los caminos hacia una posible salvación. Blasfemia. Observará una multitud de jóvenes deificando deportistas o cantantes,  levantando la copa por sus logros y de rodillas ante su fama.


Cuando el señor se disponga a regresar seguramente sea tentado para posar completamente desnudo en una película de Hollywood o persuadido por un community manager para ganar popularidad mediante las redes. Las grandes marcas le ofrecerán mucho dinero por describir como es el paraíso en un vivo de Instagram.


Cuando el Señor se disponga a regresar  notará que las familias durante la Noche Buena solo celebran la llegada de Papa Noel. Escuchará en la  radio que el Papa no es ni más ni menos que un lider político y verá cómo los domingos la gente se levanta tarde dejando el caliz sin tomar.





Cuando el Señor se disponga a regresar para abrazar a sus hijos...tal vez se de cuenta que no quede ningún hijo del Señor para abrazar.





sábado, 11 de abril de 2020

Donde los senderos se bifurcan




Soy un niño que en este preciso instante se encuentra en una encrucijada: el camino se bifurca. Son dos senderos que se abren y ambos parecen atractivos.  No sé cual escoger.

Temeroso  y dubitativo camino por el que encuentro, a priori, un poco más interesante. Y ahí puedo verme, en mi mejor versión. Me quedo fascinado ante semejante divinidad. Mi "yo" futuro me toma de la mano y con una sonrisa apacible y amorosa me lleva camino adentro. Es esbelto, alto y viste muy bien. Hay un atisbo de dulzura en su andar. Sus zapatos acharolados brillan con el reflejo del sol  reverberando luz a mi alrededor. Sus manos son suaves, pulcras y perfectamente cuidadas: uñas impecables y un anillo de oro con piedras rojas de varios quilates. Sonríe y quedo aturdido ante tanta blancura y perfección. Me alza entre sus brazos y puedo sentir su respirar. Su abdomen duro y tonificado y el olor perfumado de su piel. Ahora me pregunta mi nombre. Me quedo quieto mirándolo intentando conectar con él para explicarle quién soy. Pero no hay caso.

Entramos a su casa. Parecería el hogar que siempre soñé: grande, amplio, lleno de luz y ventanales hacia un jardín atiborrado de verde y flores. Esta tan limpio y ordenado que me da miedo recorrerlo o ponerme a tocar cualquier objeto. Todo en equilibrio perfecto y armonía. Sin embargo, parece un lugar deshabitado y vacío, sino supiera que mi "yo" futuro lo habita, juraría que  estaría abandonado. Por momentos entra una corriente de frío y el silencio me aturde. Me invita a sentarme cuidadosamente en una mesada enorme de mármol. Mientras me cuenta que ese material tan claro como oneroso lo había traído de los Alpes Apuanos de Italia,  puedo descifrar lo que subyace detrás de los árboles.

Salimos corriendo de la mano hacia  ese encuentro maravilloso, como si fuésemos dos niños. Repentinamente somos contemporáneos. Es una especie de gazebo de madera color ocre emplazado a la vera de una rivera resplandeciente y cristalina. Hay cisnes coloridos yendo de un lado al otro dejando enmarcadas aureolas sobre la planicie del agua, jilgueros danzando en círculo  sobre algunos arbustos silvestres, y de fondo, como si fuera una postal perfecta, un fulguroso ocaso que agoniza sobre un horizonte interminable.

Sin duda es el lugar que siempre soñé. Mi "yo" futuro tiene un yate y me invita a recorrer las aguas de su arroyo calmo e introspectivo. Me ubico en la proa y abro los brazos de par en par logrando embriagarme de cautivante hermosura. Puedo ver los cardúmenes de bocachas escabulléndose aguas adentro a medida que la embarcación navega, como así también sentir el rocío que traen  estas ventiscas otoñales humedeciendo mi cara. Me siento muy seguro en este lugar tan perfecto.

Mi "yo" futuro no tiene arrugas ni marcas de expresión. Está aséptico, como si el paso del tiempo no hubiese hecho mella en su rostro, en su pelo, en su piel. Me inquieta saber que deparará su corazón, pero cuando intento abordarlo, se distrae con otro tema. Es un adulto atrapado en un cuerpo de adolescente, armonioso e insuperable. Tan dulce y considerado, como perdido y desacertado.

Me envuelve con una manta de lana bien mullida y me sirve una taza de Té Da Hong Pao, el más caro y sabroso del mundo, traído de China. Puedo ver un muro inmenso colmado de fotografías de ese hombre que tanto tiene de mí, pero que se rehusa a identificarme. En estudios de televisión, viajando por el mundo, en lugares lujosos y extravagantes. Todas sus aventuras, sus hazañas  recopiladas en aquella colección de fotos colgantes.  Imágenes con políticos, cantantes y gente del ambiente artístico. Mi "yo" futuro debe ser una persona realmente importante.

Nos fundimos en un saludo afectuoso de despedida y lo veo apartarse por la entrada del sendero en el que me encontró. Antes de irse deja un papel en el bolsillo derecho de mi pantalón. Su figura se empequeñece a medida que se aleja. Lo saludo con la mano en alto esperando volver a verlo alguna vez. Ojalá tenga tiempo. Sé que entre tantas ocupaciones y menesteres el tiempo escasea. Ese hombre tiene verdaderamente una agenda ajetreada.

Es momento de sumergirme por el otro camino. Y allí, entre tanta rama y hoja seca puedo volver a contactarme con mi "yo" futuro. Corro desesperado a fundirme en un abrazo cuando me doy cuenta que estoy frente a otra persona. Este "yo" futuro tiene cierta palidez en su semblante, cabello canoso, brazos flácidos y un andar  discontinuado. Su camisa esta usada y descocida.  Nos miramos fijamente, me toca la cara con su aspereza y sus ojos se llenan de agua. Logra reconocerme de inmediato. Algo en su diáfano mirar  me hace sentir como en casa.

Llegamos a una anodina cabaña en medio del bosque hecha en su totalidad de madera, con tablones humedecidos e invadidos por el musgo, yerbajos y hongos sobre las superficies. Hace calor y la humedad pegotea mi piel. Me invita una bebida sabrosa de hierbas y miel  que me refresca por dentro y logra sacarme esa sensación de malestar. Por dentro la choza es simple, solo una mesa con sillas y vajilla oxidada. Este "yo" futuro habla poco, aunque transmite con su mirada felicidad en demasía. Un rosario casero de hilo cuelga de su cuello, reposando la cruz sobre la protuberancia de sus clavículas afiladas que tanta impresión me da ver. No deja de acariciarme y de mirarme profundamente. Nos sentamos y noto que hay una silla de más. Tal vez este hombre calmo y apacible tenga hijos. Pero pasa el tiempo y nadie golpea la puerta.

Miramos desde la ventana la frondosidad  de un bosque salvaje y natural, sin incidencia del hombre. Los charcos de barro entre las raíces, los insectos levitando en el aire, los colchones de hojas cayendo sobre las piedras, los rayos dorados de un sol débil entremezclados con las copas de los árboles silvestres dibujando una paleta de colores amarronados a gran altura. Hay magia y paz alrededor. Este "yo" futuro hierve arroz y lo sirve en la mesa. Disfrutamos mutuamente de nuestra grata compañía, de nuestros silencios y nuestra complicidad. Tocó la pandereta hasta entrada la tarde y me hizo bailar. Reímos y saltamos tomados de las manos. Lo percibí mi mejor amigo y no quería abandonarlo

-Aquella silla está reservada para la muerte. Algún día va a entrar al igual que tú, y se sentará a dialogar conmigo cara a cara. Sé que tarde o temprano me sorprenderá- afirmó señalándola con su dedo. No sentí miedo, pudo transmitirme tranquilidad. En el reflejo de sus ojos me veía. En mi inocente mirar, él me encontraba. Éramos espejos. Me sentí tan feliz al saber que ese hombre conocía todo de mí.


Volvimos hacia aquel lugar en el cual los senderos se bifurcaban y entre llantos comprendí que no podíamos continuar juntos, al menos por ahora. Demasiadas despedidas para un solo día.  Su anatomía desdibujándose a lo lejos en una imagen reiterada. Y un nuevo mensaje esta vez, en mi bolsillo izquierdo.

Desconcertado decidí volver atrás. Me dí vuelta para desandar el camino inicialmente recorrido. No era momento de tomar decisiones aún. Con la cabeza gacha retomé la senda a casa. Allá Papá y Mamá me esperarían para preguntarme que tal mi día. Decidí guardarme esta aventura, no revelarla jamás, conservar en lo más hondo de mi corazón a ambos "amigos" futuros. Corro hacia mi puerta, los gritos de mis hermanos jugando, el aroma a salsa para los fideos, mis juguetes desde la ventana, como si jamás me hubiera ido, como si el tiempo no hubiera transcurrido.

Antes de entrar recuerdo algo fundamental. Meto mis manos en mis bolsillos: dos cartas, dos mensajes. Me siento sobre la hamaca, justo al lado de mi bicicleta, miro alrededor, nadie a la vista, y alcanzo a leerlos. Una palabra en cada papel: ego y ser.


Me quedo confundido. Quizás algún día logre entender.


domingo, 5 de abril de 2020

Amor excelso





Ellos creían en Dios,  tanto tanto que lo concebían todo como parte de un plan divino: el desayuno de la mañana, las tormentas climáticas, el bullicio entrante desde las fábricas del centro, la frecuencia de la radio saliendo enigmáticamente desde un parlante. Nada librado al azar, todo obra grandiosa del Señor.

Se habían conocido cuando jóvenes, en uno de esos veranos en los que el sol derretía el asfalto. Temporadas estivales de carnavales y pomos, sangre crujiente, estrellas colgantes y helados de fruta en palito. Salieron de la iglesia y una mirada bastó. Jamás pudieron desunirse. Amor excelso. Se juraron incondicionalidad eterna y compañía absoluta, y a decir verdad lo habían cumplido al pie de la letra.


Dicen que el paso del tiempo erosiona. Inesperadamente, cuando repantigados en nuestra comodidad creemos tenerlo todo, ahí mismo se produce el cimbronazo. Y esa unidad entre ambos quedó en jaque varios años después. Jaque mate.


Sin motivo alguno ella había desaparecido. En ese instante en que las campanas de la parroquia replicaban en el viento otoñal, solo quedaron las huellas errantes de sus zapatos perdidas en el sendero embarrado. Hacia el horizonte, hacia la nada misma, aunque lejos de esa vida de inequidad  e ingratitud de la que sendas partes habían sido cómplices. Hay decisiones que si uno no termina tomando a tiempo pueden causar severos daños a futuro.


"A veces dar de mas puede ser inadecuado" rezaba el papel colgado en la puerta. Lo tomó y al intentar interpretarlo las palabras se derretían entre las lineas de sus manos. Buscó algún otro mensaje, algún indicio que paliara tanta zozobra. Recorrió la casa entera, en cada recoveco,  debajo de la escalera, las cajoneras llenas de joyas, entre los jarrones de la antesala. Pero nada.


Sintió por primera vez lo abrumador que podía ser un hogar vacío y logró reconocer la voz amenazante del silencio. Se preguntó donde buscarla, hacia qué punto cardinal se dirigía la cadencia de su caminar. Si en el discurrir de ese andar por un momento, tan solo por un instante se lograra replantear la posibilidad de volver, si habría un ápice de querer reconsiderarlo. Sin embargo la noche traía más noche...




Noches sin luna agazapado al pie de la cama sin comprender el porqué. Si acaso era el único responsable de un vínculo vacuo que no había podido ver. Apretaba con fuerza la almohada hacia su pecho sin poder derramar una lágrima pero percatándose del temblor en sus piernas trémulas y del incesante ir y venir de su pulso cardíaco. Sabía que no resistiría ante semejante orfandad.




Alguien tocó la puerta sutilmente. Bajó con sigilo, pasó por el cuarto de baño y quedó parado frente al reloj colgante. Refregándose los ojos intentó comprender quién podría golpear  en semejante horario. Una ciudad abroquelada bajo un manto de estrellas, nadie vagabundeando alrededor de algún farol perdido, y un ominoso grillar desde lo profundo de su jardín. Abrió la manija invitando a que una corriente gélida le recorriera el cuerpo y lo despeinara. Pensó en ella. Pudo ver entre la brisa nocturna su silueta desfigurándose, su pelo entre las ramas danzantes y la blancura de su sonreír titiritando al son de las estrellas. Ahora su olfato se agudizaba y sus fosas se inundaban de fragancia femenina, como si fueran lazos perfumados que al abrazarlo comenzaran a arroparlo. Sintió las manos del viento acariciándolo, llegando a cada rincón de su anatomía. Una sensación de escalofrío le recorría la espalda rozándole los vellos de su cuerpo. Cerró los ojos y se embriagó de nitidez. Todo era tan palmario a su alrededor, como una irrupción de besos impactando sobre su boca dejándolo extasiado de tanto amor. Inmerso en esa experiencia sagrada se dejó llevar...


Así parado, de cara al vecindario quedó. Como estatua inerte atorada al piso sin sangre y sin vida  siguió disfrutando de ese momento. Desde afuera, la nada misma. Un hombre, su quietud externa y su pijama debajo del marco del portón de entrada.  Su sombra alargada sobre el pasto mojado y su profundo respirar de inhalaciones y exhalaciones musicales, en armonía con su celebración interna.

Allí quedó un rato largo, hasta que las campanadas de la iglesia volvieron a replicar.


 Después de todo, esto también debía ser parte de un plan divino...






lunes, 17 de octubre de 2016

De la noche a la mañana








Retumban los últimos acordes de nuestra canción. Aquí llega el final. Sin música ya no queda melodía por cantar. Esta noche será catártica.

 La luna, cómplice de nuestro vínculo, se posa perfectamente sobre mi ventana atisbando el fin. Con su brillo obtengo la fuerza que necesito para decir adiós. Allí colgando en medio de la nada, esfera perfectamente tallada que se esfuma hasta el olvido,  danza sigilosamente hacia un horizonte cruel que la hará desaparecer al llegar el alba. 

Y con su aniquilación, tu te irás también. Esta noche será catártica. Como un sepulturero impaciente, dejaré sellado bajo tierra todo lo que alguna vez quisimos ser. Los gusanos se encargarán de engullir cada palabra pronunciada, cada sonrisa, cada momento consumado. Sobre ese césped virgen dejaré la semilla para que crezca un nuevo amor. Mañana con la luz de la aurora, todo quedará oculto y destinado a una amnesia eterna.

Con el amanecer se renovarán mis energías. Cada rayo de sol sobre los árboles, cada canto silvestre de algún jilguero enamorado, cada gota de rocío evaporada, presagiarán un desenlace de olvido y desmemoria. La bisagra que divide el pasado del futuro reducida a una sola noche. En tan solo horas me espera un devenir promisorio, colmado de nuevas posibilidades. Un terreno fértil de esperanzas.



De la noche a la mañana decido terminar con tu persona. Esto es un acto de letal exterminación. No recordaré siquiera el color de tu voz, ni el reflejo de mis ojos posando sobre tu mirada. Como un chubasco que borra cualquier registro de huellas sobre la arena, como un vendabal que destruye un castillo de naipes, como una goma sobre papel y lápiz, no quedará nada por rememorar. No más  añoranzas inútiles. No más resabio amargo de melancolía.


De la noche a la mañana me propongo empezar de cero. Esta noche, la última de todas, camino alrededor de tu ataud. Sobre la madera dejo caer la última lágrima. Se evapora hasta no dejar rastro. Para el amanecer , como flor marchita, ya simplemente no serás más. Como un dormitar interminable. como un fallecimiento imperecedero. De la noche a la mañana, ni un recuerdo serás.

sábado, 25 de abril de 2015

Pa y Ma amor








Aparcó el auto justo en aquel recoveco al final de la cuadra. El suelo atiborrado de espesa nieve daba clara señal que sería un enero gélido el que tendrían que soportar en Toronto. Desde anoche no había parado de neviscar.  Afortunadamente el viernes era su día predilecto. Dejar el maletín y las responsabilidades laborales. Pensó en todo lo que le depararía el fin de semana: recoger las hierbas muertas entre la nieve, limpiar el techo del depósito trasero, y si quedaba tiempo empezar con el muñeco que Jaime tanto amaba armar cuando se desplomaba el invierno entre sus pies.

Ya escuchaba desde lejos los gritos de Jaime corriendo alrededor de la chimenea: "llegó papá, a ver que traerá entre manos". Tanto el pequeño como su padre eran inseparables. Como papel y pegamento repetía su madre con risa socarrona. Sacó de su bolsillo abultado un pequeño paquete y lo sacudía con la mano de un lado al otro en una danza corporal que el pequeño adoraba. Jaime atisbaba desde los cristales lo que la nieve le permitía ver, y se quedaba expectante pero deseoso detrás de la puerta esperando el ingreso de su papá. Cada día el mismo ritual. Y al caer la noche nada más entretenido que comer algo rico y caliente con ambos en la mesa y disfrutar de su compañía. Ambos para él.

Antes de dormir, genuflexo ante la cama le rogaba a Dios que sus padres estuvieran siempre bien, que los cuidara mucho y que jamás sintiera su ausencia. Le habían enseñado el verdadero sentido de la gratitud, y de verdad que era un niño extremadamente agradecido. Si quedaban algunos minutos antes de caer completamente dormido, también se acordaba de  pedir por su salud. Pero le restaba importancia. En tanto y en cuanto Papá y Mamá estuvieran cerca todo se encauzaría en tiempo, lugar y forma.  Se quedaba dormido en la quietud de un vecindario todavía  acobardado por las bajísimas temperaturas entre sus muñecos y autitos desperdigados por todo el acolchado. 

El café colombiano recién molido y su aroma  tan particular perfumaban la casa desde temprano con el primer cantar de algunos pájaros heroicos,  el incesante crujir de los troncos helados , y el goteo perenne de la nieve que comenzaba a descongelarse antes los endebles rayos de luz del alba. Abrazaba con sus dedos la taza humeante y se dejaba llevar por la cerámica candente entre sus manos.  Descalza ante el fuego del hogar, saboreaba ese momento del amanecer. Todos dormían y en su silencio su cabeza no lograba descansar. Se precipitaban todo tipo de imágenes, algunas trágicas, otras esperanzadoras pero todas con final incierto. Cómo hacer para maquillar semejantes penas. De dónde sacar tantas fuerzas. A quién aferrarse en los momentos de mayor flaqueza. La difícil tarea de ser madre de un hijo con leucemia. Tantas preguntas abrumadoras la azotaban con la misma rapidez que el fuego carbonizaba la madera delante de sus ojos.


El almuerzo estaba servido, y el chiquitín clamaba por su padre quien desde afuera con una pala trataba de despejar el camino y evitar que la nieve impidiera el acceso a la casa: "Si papito no entra ahora el caldo se va a enfriar". Por la tarde se desató una intensa tormenta con vientos potentes que llegaron a derribar muchas ramas y a desclavar varias tejas de casas aledañas. Todo un espectáculo, pero para disfrutar desde adentro. La idea de armar  el muñeco quedo trunca por el momento. Aprovecharon para ordenar viejas fotografías y recordar historias pasadas que tanto disfrutaba Jaime.  Se quedaba embelesado con los días de secundario de su papá  riéndose a carcajadas cuando le contaban con somero la noche del baile de graduados cuando se besaron por primera vez. En ese viaje retrospectivo ella siempre salía perdiendo. Había ciertas cosas que le generaban un sonrojo evidente.

Durante la hora del baño le gustaba escuchar  como su padre cantaba con la guitarra canciones de los 60 s desde la otra habitación. Los Beatles eran sus favoritos desde ya. Tal vez hubiese cuajado perfectamente como el quinto del cuarteto, pensaba al mismo tiempo que notaba los pliegues en los deditos de sus pies sin animarse a sacarlos todavía de la tina caliente. Luego el ritual del secado, el ominoso contacto con el frío real. Y la pregunta que dejaba callado a ambos: cuándo crecería su pelo, cuándo podria peinar su cabello como el resto de los chicos de su edad. Nada que fuera imposible de contestar. Pero aprovechaba con astucia ese cuestionamiento porque sabría que luego vendría un aluvión de abrazos acogedores y muchos mimos casi interminables que si bien no oficiaban de respuesta, calmaban la ansiedad por querer saber algo tan simple como la razón de tener la cabeza calva.

Una vez curadas con vendas las cicatrices por los reiterados pinchazos en sus antebrazos, pudo corroborar lo que su olfato de insinuaba. Una  esponjosa torta de manzanas silvestres que salía del horno y perfumaba el ambiente, yacía inmóvil en el centro de la mesa. Nada mas exquisito que hincar los dientes en ese colchón frutal y acaramelado. Y más deleitoso aún si se acompañaba con una taza tibia de chocolate. Decidieron disfrutar de ese postre mientras armaban un rompecabezas que mantuvo ocupados a los tres hasta entrada la madrugada. Era sábado, y lógicamente con la anuencia de sus padres podía acostarse fuera del horario normal.


El domingo era jornada religiosa. El médico les había recomendado no salir si el  clima frío persistía. Jaime tenía una biblia especial para niños. Su parte preferida era la del éxodo,  siempre pedía que le contaran cuando Moisés liberaba al pueblo de Israel de los malvados egipcios. Pero la apertura del mar Rojo lo dejaba boquiabierto. Le habían inculcado muchos valores y dogmas religiosos .Su padre insistía en repetirle que muchas veces lo que deseábamos no era lo que Dios consideraba que necesitáramos. Por eso había que aceptarlo, aunque fuera a regañadientes. "Supongo que lo dirán por mi enfermedad", presumía en silencio el pequeño Jaime sin entender del todo lo que le pasaba y aquella realidad con la que tenia que lidiar día a día.


El lunes lo encontró despidiendo a su papa desde la escalera con el pijama todavía puesto. Odiaba ese momento tan temprano de la mañana. Ver el perchero de la entrada vacío y el irritante ruido del motor del auto tratando de combatir las temperaturas glaciales. Bajó los escalones con sigilo y corrió apenado hacia el cristal empañado.  Apoyó su manito deslizándola hasta abajo.  Con la punta del dedo escribió sobre el vidrio lo que le dictó su corazón: "Pa y Ma amor". Se quedó contemplando como el auto se alejaba entre la blancura del barrio. No se imagino que al volver a la cama su madre lo estaría esperando acostada para conciliar de nuevo el sueño, pero esta vez  entre sus brazos.


"Que afortunado soy" , farfulló mientras cerraba sus ojos.

domingo, 21 de abril de 2013

Yo





Una vez cuando era chiquito me perdí. Me encontraron dos horas después en Haedo merendando con dos señoras mayores. Mamá casi se infarta. Yo, tranquilo como si nada hubiera pasado. Jamás entendí porque un matrimonio tiene que compartir la habitación, el baño, la cama. Las casas deberían tener un espacio para cada uno, a pesar de estar casados. La mayoría de las veces, el espejo no refleja lo que quiero ver. Y muchas otras tantas, lo que creo ser. Sigo siendo muy auditivo, la música tiene la capacidad de transportarme y hacerme explorar hasta mis grietas más íntimas. Recuerdo una pelea fuerte de mis padres hace mucho tiempo. Se dijeron de todo. Se faltaron tanto el respeto. En ese entonces entendí lo que no quería para mí. Puedo sentir el perfume de mi nona y la textura de su mano suave y afable. Ha sido uno de los báculos de mi vida sin duda. Amaba escuchar sus historias, me recordaban de donde vengo. Siempre consideré que tendría que haber vivido en otra época. No he encontrado mi lugar en el mundo aún. Se que una ciudad no es. Quizás solo un árbol, rodeado de un inmenso océano verde, y el viento gentil sobre mi nariz. Siempre odie las alturas, pero contrariamente en mis sueños más profundos vuelo por sobre la gente, alto, muy alto. Miro todo desde arriba. Siento adrenalina, puedo despegarme de todo lo que me ata. Pocas veces logro ser yo. Creo que prácticamente nadie me conoce en realidad. He perdido la capacidad de llorar, aunque no de conmoverme. Las campanas replican fuerte dentro de mí. Más pasa el tiempo, más solitario me vuelvo. Amo dormir, me mantiene a salvo. En mi rodilla tengo la cicatriz de cuando me caí de la bicicleta. Con el tiempo logre negociar con el invierno de modo tal que lo disfruto demasiado. Pero el otoño acompaña mi melancolía. Una vez intente hacer terapia. Me duró dos días. Lloré tanto que me cuestioné si realmente tanto sufrimiento valía la pena. Cada día tengo menos ego. Gratamente. Cada día soporto menos el ego en los demás. Soy conciente de mis virtudes, y de mis limitaciones. Eso me hace estar muy en eje. Soy susceptible a la mirada ajena. Sobre todo si es dañina. Me gusta la mañana pero disfruto la noche. Es introspectiva. Por algo nací de noche. Hay años de mi vida que he suprimido. Personas también. Debería ser menos rencoroso. Pero prefiero bien lejos a la gente que me lastimó gratuitamente. Jamás me enamoré, intuyo que fue solo obsesión. Fue kármico. Hubo un antes y después. Pero si tuve mi canción de amor. La primera vez que escuche “Anyone” de Roxette supe que me marcaría. Amo caminar mientras escucho música, es catártico para mí. En los recuerdos más dulces de mi vida siempre están mi Madre y mi Nona. Es mágico saber que las dos mujeres mas tiernas del mundo fueron parte de mi historia. Si tuviera que escribir un libro sobre mis días, solo algunos lo entenderían. Conocí la muerte una vez. Quedé absorto. Supongo que la próxima vez podré pactar con ella. Tengo pocos miedos. Uno de ellos es el miedo a corromperme. A dejar de pensar en los demás.  Todos creemos ya tener ganado un lugar en el cielo. No lo suscribo. No me gusta hablar mucho de mi trabajo. No me gusta que me pregunten. Nadie me llega en absoluto. A los 12 me atropelló un auto, yo venía del kiosco, ni un raspón. Jesús me cuidó. Creo vehemente en su compañía. Cuando le pedí, me escucho. Espero poder retribuírselo.  Antes odiaba mi lunar en la mejilla izquierda, hoy no me molesta. Tengo poquísimos amigos. Entre ellos Cecilia. Ella si me entiende. Ni la distancia nos separa. Si tuviera buena voz, me la pasaría cantando. Una vez cante en un Pub, ante más de 60 personas. Dijeron que afinaba muy bien. La parte más linda del día es cuando llego a casa. No me veo llegando a muy viejo. Pero no me voy a morir antes de concretar mis pretensiones. Desearía controlar mis impulsos, pero la injusticia me supera. El tiempo pasa rápido. La vida no se elije, se vive. Mis nervios repercuten en mi estómago, todo va a mi panza. Jamás me operaron. Toco madera. Detesto las clínicas, sanatorios y hospitales. Soy locuaz. Pero me cuesta poner en palabras el caudal de mis emociones. Soy muchos dentro de mí. Creo que siempre sale el mejor de todos. La mejor versión. Estoy entendiendo que las palabras dejan fisuras difíciles de sanar. Hay personas que no volveré a ver.  No quiero volver a dañar a nadie. Cuando apago la luz, soy yo. Que curioso encontrarme en la oscuridad. Si la muerte es oscuridad, ¿me veré integramente cuando muera?...


domingo, 20 de enero de 2013

Angelito lila



Camino con la cabeza gacha contando los pasos que me separan de mi amor. Cada vez la brecha se agudiza más. Presagio un futuro solitario.

La saludo con los ojos apagados. Perdido entre la gente en ese lugar, Me siento entre las flores marchitas. Las hojas comienzan a caer por la llegada de los primeros fríos.  Olor a madera mojada y a pasto húmedo. Y ella enfrente mío. Su rodilla roza la mía. Me quedo mirando la comisura de sus labios rosados y perfectamente diseñados que tantas veces supe mimar. En su rostro yacía la mano de Dios.

Abstraído de la realidad. Nada pasa alrededor. Me cuesta mirarle a los ojos. No conectamos. Como si no estuviéramos allí. Tiempo de silencio, de dar vuelta la página y aceptar lo que acarrea el destino.

¿Dónde ira el amor cuando la fatalidad lo torna inexistente? ¿Habrá alguna manera de que nos sea restituido? En algún lugar debe estar. Si tan solo se abriera una puerta, recorrería los senderos más peligrosos para recuperarlo. Cruzaría los mares en plena tempestad. Pasaría a través del fuego para volver a fusionarnos en uno solo, y así volvamos a ser la esfera perfecta, completa, íntegra.

Por momentos y en un destello de lucidez creo no hablarle a nadie. Tu imagen que se desvanece entre la nada, y el todo. Trato de tocar tu mano. Áspera y fría como una piedra tallada. Hablo continuamente como si estuviera loco. Te ruego que vuelvas a mí. No hay respuesta.

Dejo en tus manos un ramo de violetas, tus favoritas. Ya no huelen como antes. Se decoloran entre tus dedos

Tantos proyectos coartados. Tanto anhelaba para nosotros dos. Obsequiarte un sol cálido y afable cada mañana. Dejarte un beso de luna llena antes de soñar. Bailar bajo las gotas de lluvia, sentir la furia del cielo pegar en nuestros cuerpos.

¿Dónde estas? Por que no replicás. La tarde sabe a mudez. Me siento un estúpido hablándote solo. Angelito lila, solo una contestación. No creo merecer esto.

Un par de tórtolas  se posan sobre tu hombro. Blancas como la paz. Danzan a tu alrededor. No te inmutas siquiera. El amor dentro de ti se va contigo. Y con esa despedida todos mis preciosos sueños internos.

Una ventisca arrastra las violetas lejos de nosotros. También se pierden entre el resto de las flores. En un mundo tan frío, ¿hay algún dejo de esperanza? Respiro muerte.

Te levantás y te vas de mí. Te esfumás entre mis dedos. Tu anillo queda tirado en el piso. Un gesto evocador. Caminás hacia ese viejo Ombú entre la frigidez otoñal con tu vestido pálido, como la nieve. Te despido llorando, Mis lágrimas parecen conmoverte poco. Con cada paso tuyo más se fractura mi ánima. Las nubes gritan tu nombre desesperadamente.

Me quedo tirado y apoyo la cabeza sobre la roca. Labrada perfectamente. Veo tu nombre tallado.  El hedor me marea, distorsiona nuestra última melodía. Sin poder creer aún que nuestra historia tuviera fecha de vencimiento.

Crucifijos a mi alrededor, un lugar lleno de lapidas. Preguntas sin respuestas. Vacíos sin llenar. Paisajes desolados. Y tu cuerpo enterrado hacia el olvido, siendo consumido entre los gusanos y ratas. Tu descanso toma forma de ataúd. Pesadillas de muerte y eternidad.

Solo quedo yo. Entre medio de ese océano de llanto, navegando a la deriva.




viernes, 17 de agosto de 2012

Mi propia tormenta







El cielo negro, como si fueran las 2 de la mañana. Solo en mi cuarto. Agachado en una esquina con la cabeza contra la pared. Me tapo los oídos. Ya no soporto el ruido de los truenos. Me atosiga, me asusta. Tiemblo por momentos, mi respirar se agudiza. Me empieza a faltar el aire. Me rehúso a mirar alrededor. No quiero ver como esta tormenta destruye lo poco que queda.

Cada gota sobre mi cubierta pega como una bala sobre un corazón agujereado. No creo que el techo resista mucho más. El viento se esta llevando todo por delante: árboles, edificios, autos, gente. Puedo escuchar el grito de socorro de aquellos que están afuera. No me animo a salir de acá para poder socorrerlos. La lluvia más potente que jamás haya escuchado. Ya no hay manera de escapar.

Quieto, inmóvil con mis ojos casi cerrados. De repente el peso del mundo sobre mis hombros. Las paredes ya comienzan a tambalear. Puedo sentir la mampostería quebrándose por dentro. Los ladrillos lloran también. Se corta la luz, no hay ruido más que la incesante tempestad que me rodea. No queda mucho tiempo. Mi mente en blanco. El cielo esta furioso.

Un relámpago destroza mi vecindario. Supongo que cayó cerca de acá. Tal vez en esta misma cuadra. Maldigo a los meteorólogos que no lograron advertirnos sobre semejante siniestro. Me pregunto si el fin del mundo esta cayendo sobre nosotros. Es demasiado pronto, no me quiero morir. Cierro mis manos y rezo desde mis entrañas.


Se rompen las ventanas, el destello de vidrios salpica y corta mi espalda, debe haber sangre por todo alrededor. Puedo sentir como se caen los muebles del living, la caja de porcelana arriba del piano, la vajilla desde la cocina. El ventilador de mi pieza estalla contra la cerámica. Desesperación. Las ráfagas golpean a mi puerta. Inválido. Mi gato tiembla debajo de la cama. Puedo escuchar la consternación en su latir.


Mi casa debe ser la última en no haber sido arrollada por el tornado. Esta llegando, puedo escuchar su encono. Jamás me había sentido tan desdichado. Un verdadero mártir. Que modo tan terrible de morir. No encuentro resguardo, no localizo protección.

Cegado por el viento acuoso, puedo escuchar una señal de vida. Mi celular suena desde arriba de mi cama. Como llegar hasta allá. Tal vez alguien sepa de algún refugio. Solo un metro y medio me  separa de aquel objeto que podría llegar a transformarse en mi salvación, pero alcanzarlo implica una verdadera odisea. Paralizado por el miedo trato de entender que debo atender esa llamada.

Cada segundo una eternidad. Si me quedo en este rincón nada va a cambiar. Siento la sangre chorrear por mis piernas. Me orino encima. Estoy empapado ya. En cuclillas y muy lentamente apoyo mi mano sobre el borde del colchón. Sin sensibilidad en mis dedos. El sonido del teléfono me altera. Solo un par de movimientos más. Busco entre la oscuridad con mis manos sobre las frazadas. Los rayos sobre mi cabeza y el huracán esperando atacarme de frente. En un terminante intento desesperado me abalanzo sobre el otro borde. Tirado por completo sobre mis sábanas finalmente logro alcanzar el pequeño aparato.

Atiendo casi sin voz y con el cuerpo temblando. Mi corazón a punto de caducar. Con un último suspiro atino a decir: "aca"...





La dulce voz de mi amiga: "Hola, ¿Estás bien? Tenés voz de dormido. Vayamos al parque hoy. Casi no hay humedad y el sol está resplandeciente desde temprano, ¿ te paso a buscar? Decime que si..."




domingo, 12 de agosto de 2012

Una mansión sin puertas




Tenía esos ojos mágicos que podías divisar desde millas a lo lejos. Vestía ropas tan brillantes como el alba. Llegaba llena de colores, con joyas a su alrededor. Su pelo bailaba con el viento. Los ángeles rendidos ante tanta belleza.

Con una copa de vino se transformaba en la estrella de la disco. Anillos plateados. Sus curvas amalgamándose entre las luces. Todo bajo su control. El oro en su sonrisa, el arco iris en sus piernas. Suavidad y sensualidad.

Dueña de la noche. Un capullo que abre sus pétalos con el sonido del amanecer. Una gota de sangre recorriendo una copa de vino. Rojo carmesí brotando de su escote. El perfecto sudor brilloso de sus piernas. Perlas en sus muñecas coqueteando con sus caderas.

Carne que se quema en sus labios. Creadora de incendios. Los demonios despiertan en su mente. Perfuman el ambiente con esencia prohibida. La mujer sin nombre, perdida en la oscuridad. Inalcanzable. La magia en sus tobillos.

Sus tacos bailan al son de la música setentosa. Tira besos, alimenta los deseos. El ritmo en sus brazos. Enamoradora de corazones solitarios y alcoholizados. Perfecta perversión, inmoralmente correcta.

El centro de la escena. Una mansión sin puertas. Lujosa por donde la mires, digna de ser contemplada por fuera, pero imposible ingresar a ella. Al menos así se sentía ella. Al menos así la percibían los demás.

domingo, 5 de agosto de 2012

La luz del mundo







 Otoño de 1866. Su amor se va. Un bosquejo vacío. Cómo hacer para llenarlo si ni siquiera le ha dejado aire para respirar. El acrílico huele a muerte entre esas cuatro paredes. Un cadáver de mujer petrificándose y los llantos de un niño recién nacido que exige vivir…

Mañana su vida debería continuar, pero sin rumbo fijo. Sin lugar donde purgar aquellas penas. Cansado de escuchar el llanto en el silencio. Caduca una nueva historia sin final feliz. Pesa el aire. Gélido e indestructible el metal de las vías vacías que se llevan lejos a un tren que ya no regresaría…

El sol se esconde entre el límite que une la tierra del cielo. Se pregunta cuál será el límite ahora, y si existe algún paraíso que sostenga semejante desdicha. Los escarabajos vuelan en el atardecer de una pintura desolada. Entre sus brazos, su primogénito buscando protección. Y el dibujo de sus ojitos buscando claridad.






Pegado a la cuna un lienzo buscando cobrar vida. Aguardando que la inspiración baje directo al pincel. Los listones cubiertos de polvo. Solo una débil chispa de luz por la ranura de la ventana y la concentración de Holman aprovechando la tranquilidad del bebé mientras duerme.

Su biblia como referente. Una puerta pesada de madera totalmente cerrada, arcos de piedra y ladrillos cubiertos de hiedra, van tomando forma. Comienzan a fluir sus sentimientos religiosos y ese cuadro misteriosamente se empieza a llenar de luz.

Se amalgaman los colores de la paleta y un sinfín de formas van encontrando su rumbo. Más color entre tanta negrura, y más emotividad plasmada en el papel. La espátula y el trapo bailan incansablemente con el objetivo concreto que terminar de delinear lo que tienen en su mente. El aire tiene música y el viento recobra melodía. Ese bastidor tensa una prometedora obra de arte.

Más aguarrás suavizando el óleo en sus tintes básicos. Rojo medio, amarillo y azul de cobalto, verde esmeralda, tierra de siena natural y tierra de siena tostada, blanco de titanio y negro de carbón de huesos. La combinación adecuada para estampar sensaciones tan dispares. Y la brocha yendo y viniendo a lo largo y ancho de aquel pedazo de tela.

El niño despierta. Abre sus ojos ante semejante belleza. La habitación se llenó de perfume. El artista no deja de conmoverse. Solo algunos detalles más para culminar su creación. Unos reflejos dorados al vello de la barba y el matíz de la vela sobre la túnica blanca.

En algún lugar muy profundo de su ser, Holman había sentido una presencia suprema. Previo al sellado con impermeabilizante guardó la lámina detrás del armario de roble francés. Lo atornillo contra la pared.  Jamás la saco de ese lugar. Ese fue su secreto más preciado hasta el día de su muerte.







En 1947 Europa se recuperaba de la Segunda Guerra Mundial, varias casas antiguas de Londres habían sido ocupadas en la clandestinidad por criminales y malhechores que buscaban refugios para esconderse de los soldados. Una vez asentados allí cubrían puertas y ventanas para evitar dar señales de vida.

Un ambiente vacío, sucio y desolado. Pinturas y cuadros dispersos por el suelo. Telas de araña en los altos techos descuidados por la humedad, y un centenar de pomos de colores secos sobre una mesa deteriorada.

Corrieron todo sin hacer ruido. Dieron vuelta aquella vivienda. Desarmaron el armario amurado contra el paredón e hicieron una pequeña fogata para pasar la noche. Y allí, entre tanta polvareda y tufo, yacía erguido y arrinconado ese maravilloso retrato que llamó la atención de aquellos comensales.

Jesús ante un pesado portón de madera. El fuego del ambiente les permitió divisar un mensaje al pie del cuadro. Estaban escritas las siguientes palabras: “He aquí, yo estoy en la puerta y llamo; si alguno oye la voz y abre, entraré y cenaré con él, y él conmigo”. Todos quedaron asombrados ante semejante perfección.

Años después un prestigioso grupo de estudiosos de la Hermandad Prerrafaelita, descubrieron algo que solo el más avistado ojo podía percibir. Algo faltaba en esa pintura: no había picaporte en la puerta. No podía abrirse más que desde el interior. Admirados se quedaron pensando en aquella imagen. El mensaje de Holman Hunt era claramente, el mensaje que Dios tiene para nosotros.

Dios viene a tu casa, sube los peldaños y toca a la puerta. Pero eres tú quien tiene que dejarlo entrar…


Cualquier semejanza con la realidad, es pura coincidencia.